Ahora somos libres de la esclavitud del pecado, porque Jesús nos libertó de las ataduras de este mundo. Ahora pecamos pero no por placer ni por deleite, y cada vez que lo hacemos pedimos perdón a nuestro señor JESÚS. De esta manera tenemos paz y tranquilidad en nuestros corazones, seguros de nuestra salvación por medio de su sacrificio.
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